lunes, 8 de septiembre de 2025

Comienzo de curso

 


Hoy he comenzado las clases del curso 2025/2026 en los dos formatos en los que se imparte el Grado de Español: Lengua y Literatura de mi Universidad, virtual y presencial. Clases sobre un período de la literatura y la cultura que va desde las décadas finales del siglo XIX hasta la guerra civil de 1936 a 1939. Con los estudiantes del grado virtual tardaré unos días en establecer una comunicación más cercana que la exclusivamente digital. Con los estudiantes del formato presencial ha sido como siempre: entrar en el aula, aunque ahora está dotada de medios tecnológicos y la tiza ha sido sustituida por una pizarra para rotuladores. A la mayoría los conozco porque los tuve como alumnos en una asignatura de barroco en la que explicaba sobre todo a Góngora y a Cervantes y sé que me espera un buen curso con ellos: son personas trabajadoras, tienen mentalidad abierta y ganas de adquirir nuevos conocimientos y debatir sobre ellos. Eso es lo que me motiva cada vez más, encontrarme con personas que quieran debatir sobre la materia del curso, llegar a preguntarnos juntos muchas cosas y buscar el camino para hallar las respuestas. En la actualidad, la mayoría de los conocimientos están disponibles a través de libros y pantallas y es relativamente fácil llegar a ellos. No es tan fácil jerarquizarlos, establecer interrogaciones sobre lo que se ha trasmitido a la luz de nuestra época y que todo ellos nos diga algo ahora. Una de mis intenciones es que los alumnos dialoguen con los textos, que no sean solo letra muerta que deban conocer porque los consideramos clásicos. De todo ello he hablado un poco en mi clase de presentación.

Mi Facultad se encuentra en las antiguas dependencias del Hospital Militar de Burgos, en una zona privilegiada delimitada por el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, el parque del Parral y el río Arlanzón. Se inauguró en 1891 y para mí es una delicia atravesar el jardín que separa la zona de despachos de las aulas. Este breve paseo es un regalo en cualquier época del año, que suelo completar escapándome en los ratos libres a las riberas del Arlanzón y al parque de la Isla. En este jardín central hay pinos centenarios, tejos, rosales, un membrillero japonés... Algunos compañeros atraviesan medio enfadados este espacio ajardinado, como si les ofendiera pisar la gravilla o pasar por debajo de los pinos. No comprendo bien por qué.

Cuando llevábamos un tiempo explicando en el aula las cuestiones generales de la asignatura invité a los estudiantes a salir al centro del jardín. Los que ya me conocían, lo esperaban; los que no, pusieron cara de sorpresa. Junto a la fuente, apunté que aquel espacio en el que estábamos atravesó los tiempos que vamos a estudiar en clase. Se fundó cuando el modernismo ya destelleaba, continuó en la época del desastre de 1898, tuvo un gran protagonismo en las guerras de Cuba y en la segunda guerra de Marruecos, la del Rif, también en todos los acontecimientos que vinieron después, hasta la sublevación militar de 1936 y la guerra civil. A pocos minutos de aquí se encuentran la pensión en la que pasó la guerra Manuel Machado y la residencia de Franco durante sus estancias en Burgos.

Les recordé que hace cien años justos tuvo lugar el desembarco de Alhucemas y que posiblemente alguno de los soldados que participaron en él pudo pasar una temporada aquí, recuperándose de sus heridas. Aquel hecho del 8 de septiembre de 1925 se considera el primer desembarco moderno de unas tropas y un precedente claro de los que tendrían lugar en la Segunda Guerra Mundial. Aquella guerra del Rif fue un desastre de organización, en realidad, pero sirvió para que España jugara a ser potencia neocolonial, experimentara con el uso del gas mostaza y demostrara la corrupción en la gestión de la intendencia militar que arrastraba desde el siglo XIX. Sus consecuencias están muy claras en la historia: el peso de un ejército español lleno de oficiales con currículos hinchados por la aventura africanista que condicionó en gran medida todo lo que ocurrió después.

Si en la primera guerra de Marruecos, cuya organización y resultado también fue un desastre, podemos recurrir a los libros de los futuros grandes escritores Pedro Antonio de Alarcón (Diario de un testigo de la guerra de África) y Núñez de Arce (Recuerdos de la campaña de África), para esta del Rif contamos con la segunda parte de la trilogía autobiográfica de alguien a quien se lee menos de lo que merece, La forja de un rebelde de Arturo Barea, que escribiera ya exiliado en Inglaterra.

Quise ver sentado en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los pinos, entonces jóvenes, a un soldado de tropa o a un joven oficial convaleciente, leyendo los dos volúmenes que trasformaron la poesía española para siempre publicados en 1917: Diario de un poeta recién casado (1916) de Juan Ramón Jiménez y la primera edición de las Poesías completas de Antonio Machado. ¿Por qué no? En el fondo, todo lo nuestro estaba comenzando entonces, para bien y para mal.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Un mar de estrellas

 


En un espeto de sardinas está quien las asa y la leña usada, la arena de la playa, el marinero que las pesca, el mar entero y así la primera gota de agua de este planeta, pero también tu cuerpo pantera y rompiente moviéndose en la noche entre las barcas hoguera para que yo te viera y no te viera. Tenías algo salvaje cuando te erizabas en el enfado: ojos de uñas y piel tensa. Arriba, un mar de estrellas mediterráneo.

sábado, 6 de septiembre de 2025

La ciudad en ferias

 



La ciudad celebra sus fiestas: habrá música, fuegos artificiales, casetas gastronómicas, peñas, música en la calle, tómbolas y tiro con carabina. Globos aerostáticos al amanecer y besos nocturnos en los parques antes de que el verano se despida. Vendrán después las primeras lluvias de septiembre y hará frío en las noches.

Tengo una brecha en la frente desde la adolescencia, fruto de un golpe con el volante de un coche de choque. Me lavé la sangre en la fuente, compré unos churros y me quedé un rato más por allí, a ver qué pasaba porque pasaba todo y nada. El suelo lleno de cartones de la tómbola, la algarabía, un faquir del barrio echado en el suelo sobre una manta pidiendo un duro para comenzar su espectáculo de tragarse bombillas y restos de cristales. Pasaban las parejas y yo encontraba demasiado pronto la salida del laberinto de cristal y me giraba y volvía a internarme en él. Pasaban las familias para comer perritos calientes con mostaza y kétchup en los puestos y los niños probábamos el vino dulce de la caseta de los maños: vino dulce con barquillo. Pasaban los días como si no pasaran. Yo tenía que atravesar las ferias vacías y sucias por la mañana, camino del colegio, con las banderolas fatigadas. Pasaba todo y nada pasaba. En verdad, pasaban tantas cosas esos días que al buscar la moneda para pagar la manzana dulce ya te habías hecho adulto y buscabas la cintura de tu novia y la abrazabas por los hombros por si tenía frío cuando anochecía.



viernes, 5 de septiembre de 2025

Un buque fantasma en mitad de la niebla

 


Me atraen los restos de la ciudad de antes en medio de la novedad del crecimiento urbano. No me refiero solo a lo que ha sido restaurado y respetado en su lugar, sino especialmente a lo que aún no ha sido demolido puesto que su interés patrimonial o económico es escaso para las pretensiones actuales, pero que no tardará en desaparecer. Tapias, viejos talleres, puertas, ventanas, muros de edificaciones con las que, de pronto, te topas en tu recorrido por la ciudad nueva y que reconoces. Son testigo de lo que conociste. Desencadenan en ti la memoria: aquí estuvo tal comercio, por aquí se iba a tal lugar. Sabes que no perdurarán, que están condenados a desaparecer antes o después, pero aún resisten y te apresuras a anotarlo para que no te ocurra como cuando buscabas un callejón en el que había un bar cerca de la Facultad en el que escuchabas rock mientras tomabas una cerveza y besabas y ya había desaparecido como por arte de magia. ¿Te gustaría que aún permanecería, oculto detrás de las paredes del edificio moderno que han construido encima? Quizá no existiera tampoco entonces, cuando creíste estar allí, y todo aquello no sea más que un buque fantasma en mitad de la niebla que ves pasar mientras anotas en el cuaderno unas cuentas ideas para un poema, sobre la mesa de la terraza en la que te tomas el café de media mañana.

jueves, 4 de septiembre de 2025

Un dios salvaje de Yasmina Reza por Amigos del Teatro de Valladolid

 


La comedia Un dios salvaje (Le dieu du carnage, 2007) de Yasmina Reza (Nantes, 1959) se estrenó en París en 2008, dirigida por la propia autora, y se convirtió pronto en una obra de éxito internacional. Ese mismo año se representó en España (con un reparto de primera fila: Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero) y, en 2011, fue llevada al cine dirigida por Roman Polanski, protagonizada por Jodie Foster. Se trata de una obra de madurez en una trayectoria jalonada de premios y obras de impacto internacional como Arte (Art, 1994) en la que, a partir de una discusión sobre el arte contemporáneo se trataban temas como los valores de la sociedad de finales del siglo XX.

Como en gran parte de su producción teatral, Un dios salvaje comienza con una anécdota que parecería insustancial por lo cotidiana: dos matrimonios se reúnen para comentar el comportamiento violento del hijo de uno de ellos, que ha golpeado al de la otra pareja. La anécdota inicial deriva en enfrentamientos entre todos en los que se desvela que, bajo las apariencias, todos los personajes esconden problemas, traumas y conflictos personales que impiden una verdadera felicidad y comunicación. La reunión deriva en una terapia sin control cuya resolución y éxito no está clara porque, como sabemos, la vida continúa y no siempre conseguimos soluciones adecuadas a nuestros comportamientos. Todo lo que parecía ser de una manera se trasforma de forma continua a lo largo de la obra en un conflicto permanente entre las convenciones sociales racionales y los impulsos pasionales del ser humano. Yasmina Reza propone a los espectadores que saquen sus propias conclusiones. Una de las propuestas claras de la obra es un juego que contiene algo de crueldad: el espectador comienza identificándose con alguno de los personajes y reconociéndose en las situaciones planteadas o reconociendo a otras personas que conoce en la vida real en los comportamientos de los personajes, pero todo evoluciona a lo largo de la trama hasta el punto de que quien contempla la acción se ve obligado a cuestionarse a sí mismo. La autora siempre ha mostrado una gran habilidad para provocar este juego por el que los espectadores terminan cuestionándose sus actitudes, reconociendo situaciones en las que se ha encontrado en algún momento de la vida y decisiones que ha tomado desde su perspectiva. Un dios salvaje es, sin duda, un inteligente conflicto de perspectivas en las que ninguna de ellas es poseedora de la verdad absoluta y ni siquiera la suma de todas ellas facilita la comprensión y resolución de los conflictos, por lo que se debe buscar un momento de pacto con la realidad para poder seguir adelante. Si fuera posible reconocer esto en nuestras actitudes cotidianas, mejoraríamos la convivencia de nuestro mundo.

Este viernes 5 de septiembre, Amigos del Teatro de Valladolid, representa la obra en la Sala Borja dentro del programa de las Ferias de Valladolid (20:00h). Este montaje se estrenó con un gran éxito en la Sala Experimental del Teatro Zorrilla y merece continuidad en la programación. Mi condición de presidente de la Asociación de Amigos del Teatro me impide hacer una crítica objetiva de esta producción dirigida por Elvira Abad y Verónica de la Vega e interpretada por Fran Alonso, Irene García, Gema Esteban y Adri Jiménez, pero puedo garantizar que tiene una gran calidad y no defraudará a los que se acerquen a verla. Todos ellos realizan un excelente trabajo y consiguen provocar en el espectador esas preguntas de la obra original. Vayan a verla.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Paisaje marino con sol de atardecida

 


Se nota ya el atardecer y la lentitud de la mañana. Queda un poco de verano, pero ya es otoño, quizá invierno. El mundo ensaya un simulacro de esperanza cada amanecer. Es bueno que muchos ignoren el trampantojo: más allá del como si la vida, está la vida misma.

martes, 2 de septiembre de 2025

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos

 


Ilsa Lund mira por la ventana. Se escuchan unas frases en alemán, que ella traduce para Rick Blaine. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, concluye. Él solo acierta a decir que quizá no sea el mejor momento. Tiempo después, todos quieren ir al café de Rick, pero tampoco es buen tiempo para el amor. Qué más da, alguien tiene que sonreír de medio lado y buscar la salida de la niebla.

Alguien se preocupó en colocar los azulejos para adornar el pie de la pared, por colores, de dos en dos. Ahí están, quién sabe después de cuánto tiempo, aunque la pared se haya deslucido. Siempre hay un detalle de estos. Recuerdo las ventanas de las humildes casas molineras de mi barrio: en todas ellas había macetas de geranios. Ahora mismo, antes de cruzar el semáforo, una pareja de ancianos (él empuja la silla de ruedas): este hombre ha acariciado la mejilla de su mujer. En la terraza del café, un gorrión macho picotea al alcance mi mano las migas de pan. Hoy ha refrescado. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

lunes, 1 de septiembre de 2025

De las afueras

 


Soy de ese tiempo de las afueras, de ese lugar en que el sabes que todo cabe en una mochila y aún menos. Un mundo que comienza en septiembre y guarda castañas asadas en un cucurucho, entre las manos, en el que la vida es tan frágil que puede irse si te quitas el verdugo para ir a clase, en el que los charcos se helaban y las nieblas duraban semanas y el camino a casa era un barrizal si llovía. Soy de ese tiempo de las afueras que siempre llevas dentro y por eso guardas aceite, pasta y lentejas por si acaso, de unas afueras que siempre te dice que en donde estás es solo una circunstancia y que de ahora no perteneces y es posible que tampoco de mañana.

domingo, 31 de agosto de 2025

La última canción

 


Así se cerraba agosto, con la banda tocando la última en Castro Marim. Hacía algo de fresco y te puse mi chaqueta sobre los hombros. ¿Nos vamos?, te dije. ¿Ya es septiembre?, me respondiste.

sábado, 30 de agosto de 2025

Leer en verano

 


Sé por qué eran más felices mis veranos de antes: porque era el tiempo de lectura. Lectura de los libros de la pequeña biblioteca de mis padres, que a mí me parecía inmensa; lectura de los tebeos y libros del puestecillo de la biblioteca pública de los Jardines de la Rubia, apenas una caseta; lectura de los libros que fui comprando con mi paga o que en casa fueron adquiriendo para los hijos y para mi madre, que siempre leía a escondidas. Recuerdo especialmente el verano en el que cumplí catorce años y mi voracidad lectora de ese año, que no se detuvo en los siguientes. Lecturas desordenadas de novelas, filosofía, historia y poesía, clásicos como El Quijote o de moda como Papillon junto El Jabato o Hazañas bélicas, todo lo que podía de la vieja Austral o las obras de Nietzsche publicadas en el libro de bolsillo de Alianza Editorial. Libros que me acompañaban gran parte de las horas de calor, en las que no había nadie en la calle, y que yo leía a la sombra del chopo plantado por mi padre o tirado en el suelo, en la frescura del portal de entrada de la casa. Quizá no tenga razón y era más feliz porque era un niño y todavía no tenía responsabilidades, pero el caso es que yo leía mucho y era feliz leyendo. No sé bien cuándo he dejado de leer así, con tanta voracidad. Extrañará que diga esto porque sigo leyendo mucho. Por razones de trabajo y de compromiso, por la gestión cultural que realizo, por estar al día. Leo, pero ya no leo como entonces: embarcándome en un mar inagotable que era mucho más amplio que la vida. Y ya no soy feliz. Miro ahora mi biblioteca, que desborda las posibilidades de mi casa y sé que es ahí donde podré hallar consuelo a tantas cosas.

viernes, 29 de agosto de 2025

Esas cosas que ahora ya no me pasan

 


A diferencia de la vida, la adelfa avisa de su toxicidad: es amarga.

Vivir es lo único importante mientras estás vivo, luego decae su interés.

Caminabas
como si nunca hubiera caminado
nadie.
Hacías así todo:
besarme en la mañana,
despejarte la frente
con la mano
mientras me sonreías,
buscarme de soslayo, 
dejar que te abrazara.
Esas cosas
que ahora ya no me pasan.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


jueves, 28 de agosto de 2025

Un buen ejemplo de cómo acercarse a los clásicos: Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz de la Compañía Nacional de México

 


La obra Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz cuenta con algo muy especial en su tradición bibliográfica: es una de las pocas fiestas teatrales barrocas en español que se nos conserva completa (comedia, loa, sainetes, sarao, poemas, canciones, etc.) gracias a su edición en el segundo tomo de las obras de la autora (con varias ediciones: Sevilla, 1692; Barcelona, 1693). Escrita para festejar el nacimiento del hijo de los Virreyes de España y protectores de la autora, Tomás de la Cerda y Aragón y María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga (Lysi para Sor Juana), se estrenó en la ciudad de México en una fecha dudosa entre 1683 y 1684. Todo este conjunto de datos ya nos sitúa la comedia en un interesante ámbito cortesano y novohispano. No es este el lugar para comentar la importancia de todo esto en el desarrollo de la personalidad y la obra de Sor Juana Inés de la Cruz y de la literatura virreinal (incluso para su exitosa difusión peninsular), pero, sin tenerlo en cuenta no comprenderíamos con exactitud la complejidad de la propuesta que esconde esta fiesta teatral y la sutil representación del mundo virreinal y sus estructuras ideológicas que añaden matices propios (incluso críticos) a la continuidad de la fórmula de la comedia de enredo calderoniana de la que era claramente seguidora Sor Juana. En gran medida, todo esto, aparte de la magnífica trabazón del enredo en cuyo desenlace tienen singular protagonismo los personajes femeninos (algo habitual en estas comedias, pero no por eso menos destacable en Los empeños de una casa), explica la fortuna escénica de este texto en las últimas décadas, puesto que cuenta con importantes producciones tanto en México como en España.

La propuesta de Aurora Cano para la Compañía Nacional de México es excelente en todo y traza un camino para acercar el teatro barroco español al espectador de hoy muy diferente a lo convencional. Desde el siglo XIX, con la progresiva desaparición del concepto de función nacido en el teatro barroco (una suma de piezas breves y la obra mayor), los montajes de los clásicos se ha comprimido en demasía. Hay una tendencia a acartonarlos y lo que suele ver el espectador español son montajes en los que el texto se ha reducido a una hora y media, simplificando, con mejor o peor fortuna, los conflictos de las obras y su estructura escénica con alteraciones para que su adaptación a las corrientes ideológicas y las modas teatrales que toquen en cada momento, pero perdiendo su condición primera de obra viva que hablaba a público muy variado. En esto no ha pesado solo el coste de montar una obra, sino también el aburguesamiento progresivo del teatro decimonónico en los locales a la italiana y la expulsión del público más popular del teatro comercial. Es decir, del teatro clásico se apropió una parte de la sociedad, destruyendo el potencial que existía en los corrales de comedia. Curiosamente, de vez en cuando se intenta recuperar el aspecto festivo en el que radicaba la función barroca, pero sin terminar de alterar el acercamiento a los clásicos que suele estar presente en nuestros escenarios.

Hasta tal punto es así que podemos hablar de maneras de montar un texto clásico en España pensando que el espectador no puede resistir más de esa hora y media y que necesita que se le explique lo que ve como si fuera a doctrina: cabría preguntarse si este tipo de espectador no es el que se ha creado a partir de esta manera de mirar a los clásicos antes que condicionarla. Esto ha generado un amaneramiento en las adaptaciones (un formato comercial de cómo montar un clásico añadiendo de vez en cuando algo que parezca innovación, pero que no termina de recoger toda la riqueza del formato barroco), pero también en la forma de representar los clásicos y un público acomodado. Salvo excepciones muy loables, el espectador español recibe una convención clásica establecida hace tiempo (con las previsibles relecturas ideológicas o de técnica que correspondan a cada tiempo y que más que integrarse en el texto original lo plastifican). Hay excepciones, por supuesto, adaptadores y directores que comprenden que el texto clásico encajaba y se explicaba en un concepto más grande, el de función, y que era algo muy vivo y popular, dirigido a un público mucho más heterogéneo que aquel en el que pensamos hoy cuando se programa uno de los títulos habituales. Un formato que bien trabajado hoy nos permitiría no solo comprender mejor a los clásicos sino también ampliar su recepción. Si no se entiende esto, seguiremos repitiendo espectáculos previsibles con poca o escasa investigación y riesgo por lo general. Como decía, suele aducirse el condicionante económico, pero esto no es del todo cierto porque se puede adaptar una obra de nuestro teatro clásico a un formato de hora y media conservando toda su vida. Y el caso es que esto no fue así siempre. Las compañías teatrales de los siglos XVII a mediados del XIX trataban al clásico no como tal, sino como una producción que debía ajustarse a los tiempos conservando el espíritu primero de fiesta teatral viva y compleja, consiguiendo que sus textos vivieran antes en la tradición teatral que en los libros (en España suele confundirse la filología con el hecho escénico). Los montajes de las obras de Lope de Vega o de Calderón que se veían en el siglo XVIII, por ejemplo, poco tenían que ver con aquellas que se estrenaron en vida de sus autores.

Por supuesto que hay que adaptar a los clásicos a los tiempos: no otra cosa era lo que hacían sus propios autores con las obras o formatos en los que se basaban ni otra cosa lo que realizaban las compañías teatrales de aquellos siglos desde el día de su estreno. Lo contrario sería arqueología o acartonamiento. Y esto es lo que hace Aurora Caro con Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz: dar vida actual al texto de Sor Juana respetándolo. No solo con la comedia, con la fiesta entera para la que fue escrita. Lo hace de tal manera que conserva esa propuesta variada y compleja de la fiesta teatral en la que consistía la función, pero también el núcleo esencial de la obra escrita por Sor Juana, que aborda la condición del enamoramiento cuando está sometido y condicionado por las convenciones sociales, la permanente lucha entre la libertad de amar y las obligaciones debidas a las costumbres de la sociedad que, en cada época, adoptan una forma. Dado que es una comedia, sabemos desde el inicio que el amor triunfará y que, para ello, los personajes deben tejer una trama llena de enredos y equívocos para conseguir sus fines y que, como en todas las comedias barrocas de este tipo, los personajes femeninos tendrán un papel protagonista. Lo que hace Aurora Caro es llevar esto hasta el prólogo en el que se trasforma la antigua loa, convertido así en marco referencial, y dejar que impregne toda la función, con lo que fortalece la unidad de la propuesta.

En efecto, al inicio de esta versión será la propia Juana la que exprese todo el dolor de amar en contra de las convenciones sociales en una condición tortuosa incluso en la expresión física, pero pronto aparece el personaje de la Virreina, que trasforma el sufrimiento en posibilidad a través del ejercicio metateatral (recupera Aurora Caro la idea de que entre la autora y su protectora se desarrolló una relación amorosa) convertida en una demanda reiterada a lo largo de la función (cuando Juana se eleva en su expresión amorosa, la Virreina le interrumpe siempre para preguntar cómo va su comedia) para hacer posible el final, en el que se unen la felicidad de ambas a la de los personajes de la obra que escribe Juana. 

Consigue Aurora Caro proponernos una fiesta teatral en la que tanto la comedia como la figura de Sor Juana se nos hacen presentes y vivos. Este respeto por la propuesta original se observa también en la duración del montaje (150 minutos) y en la sucesión de elementos que completan la función en un continuo e inteligente entrar y salir del texto de la comedia propiamente dicha, al igual que sucedía en la fiesta escrita por Sor Juana. Al igual que en el teatro barroco, al espectador se le recuerda continuamente que lo que ve es teatro, no una ilusión de vida real. A ello contribuye una acertadísima escenografía (una plataforma inclinada y circular llena de trampillas por las que aparecen y desaparecen los personajes simulando diferentes lugares escénicos) y la sustitución de los textos musicales originales por boleros que abordan también el tema del amor, pero que llegan mejor al espectador actual. En realidad, todo funciona, desde la manera de tratar el verso, las inteligentes contradicciones en muchos momentos entre lo que se dice y cómo se dice o la extravagancia cómica de algunos elementos de la escenografía que provocan al espectador. El trabajo actoral es sobresaliente (no se le olvida a la directora que en el teatro barroco los actores no solo decían el verso, también cantaban y danzaban y en esto destaca el elenco, muy cohesionado).

En definitiva, esta versión de Los empeños de una casa de la Compañía Nacional de México es un perfecto ejemplo de cómo acercarnos al sentido global de las funciones barrocas y comprender su éxito sin hacer arqueología teatral sino un teatro vivo y actual, tratando al espectador como público inteligente.

(Vi la obra en la función representada en el Festival Olmedo Clásico el día 18 de julio de 2025.)